jueves, 6 de abril de 2017

SIGLO Y MEDIO DEL MUNICIPIO DE GARRUCHA


Adolfo Pérez López



 


Al cumplirse el 1º de enero de 2011 el 150 aniversario de la constitución del primer Ayuntamiento de Garrucha, Adolfo Pérez López publicó el siguiente artículo en tres entregas. (Actualidad Almanzora, meses de noviembre y diciembre de 2010.)
  
   El venidero día de Año Nuevo, 1º de enero de 2011, se cumplen ciento cincuenta años de la constitución del primer Ayuntamiento del municipio de Garrucha el 1º de enero de 1861, que casi tres años antes había sido creado por el Gobierno de la Nación. Se va a completar, pues, su ciento cincuenta aniversario. Aniversario que es digno de ser conmemorado, de ahí la razón de este artículo: recordar la histórica efeméride con un breve repaso de lo acontecido en esos años.

   Efectivamente, casi tres años antes, el 16 de marzo de 1858, siendo Isabel II reina de España, el Gobierno de la Nación presidido por Francisco Istúriz Montero promulgó la Real Orden por la que se creaba el municipio de Garrucha segregándolo de su matriz: Vera. Se cumplía así la gran aspiración de los garrucheros de la pedanía en la que desde tiempo inmemorial se asentaba una colonia de pescadores.

   La ‘Historia de Garrucha’ (1920) de Ramón de Cala y López y Miguel Flores González – Grano de Oro nos dice que visto el progreso alcanzado por el pueblo en todos los sentidos: gran número de vecinos y buen desarrollo industrial y mercantil, así como numerosas viviendas construidas (suntuosas bastantes de ellas), decidió a los garrucheros que había llegado la hora de emanciparse de Vera, por lo que tras arduas gestiones en las que tomaron parte activa la familia Orozco, y después de una larga y dificultosa tramitación, el Gobierno de Istúriz concedió la tan deseada gracia. 

   Pocos días antes de la constitución del nuevo Ayuntamiento, el 23 de diciembre de 1860, el gobernador civil designó los ocho miembros que habían de regir provisionalmente al nuevo municipio. Sus nombres merecen ser recordados: Manuel Berruezo Ayora, Pedro Berruezo Soler, Bernardo Gerez Soler, Alfonso Cervantes Quesada, Andrés Cervantes Quesada, José Laguna López, Tomás de Latorre Campoy (alcalde pedáneo y médico) y Felipe Rodríguez Clemente. El 22 de diciembre la autoridad gubernativa había nombrado a Manuel Berruezo Ayora primer alcalde de Garrucha, al que dos años después le sucedió José Laguna López y a éste Juan Francisco Berruezo Torres, y así hasta completar los cincuenta y tres alcaldes que ha tenido el municipio, entre los que me encuentro con el número cincuenta y uno.


   Una vez constituida la primera Corporación municipal interina de Garrucha, de la que nombraron secretario, también interino, al regidor Bernardo Gerez Soler, se adoptaron varios acuerdos, entre ellos el de que se anunciara a la población este acto para que, según reza en el acta de la sesión: ‘participe de la grata emoción de que este municipio se haya poseído, por ser un acontecimiento que ha de producir infinitos bienes a este pueblo, tanto en el desarrollo de sus intereses materiales cuanto en el de su razón moral y religiosa’.

   Pero resultó, sin embargo, que el Ayuntamiento se constituyó sin disponer de territorio donde ejercer su jurisdicción, pues la Real Orden creó el municipio sin asignarle término. Así es que en puridad legal ni el propio núcleo urbano de Garrucha lo era, ya que no se produjo ningún deslinde territorial. Fue un grave problema que se arrastró durante ciento treinta y tres años, hasta 1994 en que se consiguió el término y se efectuó el deslinde, siendo alcalde el que esto escribe. Más adelante resumiré lo sucedido con tan primordial asunto.
  
   Aunque la mayor parte de los vecinos de Garrucha conocen la historia de este pueblo por los tres libros que les regaló el Ayuntamiento en mi época de alcalde, junto con el que ahora se ha publicado sobre lo sucedido en la localidad durante la guerra civil, es bueno describir de forma somera cómo se ha desarrollado la vida en el siglo y medio transcurrido.

   Desde su toma de posesión, aquella primera Corporación y las siguientes hasta 1882 mostraron una gran diligencia para ir dotando al municipio de todo lo necesario. Fueron veinte años de crecimiento intensivo, siempre con la ambición de progresar y progresar. Así nos lo dice la citada ‘Historia de Garrucha’ de Cala y López y Flores González – Grano de Oro. Enseguida solicitaron la construcción de la casa consistorial, escuelas y hasta una cárcel; asimismo solicitaron una cartería para el correo y un peatón que trajera la correspondencia de Vera. Al concluir el primer año de su mandato Garrucha tenía la Administración de Aduanas y Rentas Estancadas; Ayudantía de Marina; Sanidad Marítima; médico; Compañía de Carabineros; Intervención de Minas; la feria de agosto (que se celebró en la calle Mayor los primeros años); la fundición de plomos San Jacinto; un vicecónsul inglés y otro francés. Y en su afán de engrandecer el municipio, a los pocos días dejaron de llamarlo lugar, población o pueblo para darle el tratamiento de villa, aunque sin concesión Real.

   En 1865 los vecinos solicitaron hacer en la playa un paseo a su costa, construyendo un malecón. Los planos del ingeniero Antonio Falces Yesares sirvieron para obtener el permiso de la autoridad marítima. Las obras se llevaron a cabo pocos años después: se construyó el muro en la orilla del mar y se niveló el terreno intermedio entre el muro y las casas.

   Es natural que las grandes convulsiones nacionales de esos años repercutieran en la vida local. Así, cuando en 1868 una sublevación militar causó el destronamiento de Isabel II, se constituyó en Garrucha una Junta revolucionaria cuyo lema era: ‘Viva la libertad, abajo lo existente’. La Junta se hizo cargo del gobierno municipal, continuando con la misma línea de desarrollo. En su tiempo se concluyó el paseo del Malecón; por cierto que algunos vecinos se resistieron a pagar su parte y hubo que perseguirlos judicialmente. Ciento veinte años después, ya en mi época de alcalde, se urbanizó tan espléndido paseo marítimo, dotado con la sin par baranda de mármol

   La referida ‘Historia de Garrucha’, rescatada por el historiador Juan Grima Cervantes, nos aporta el interesante dato de que entonces hubo dos imprentas en Garrucha y que entre febrero de 1887 y julio de 1915 se publicaron catorce periódicos, e incluye la cabecera de los mismos.

   Si bien fueron años de florecimiento los que dieron lugar a la emancipación de Vera, igual que en las dos décadas siguientes, no ocurrió lo mismo en casi un siglo, entre 1882 y 1979, año éste en que comenzó de nuevo a resurgir Garrucha.

   De aquella época de progreso municipal en los años anteriores a la segregación y los veinte siguientes a la misma, se desembocó en un largo periodo de decadencia que, salvo alguna breve etapa, duró casi un siglo, de 1882 a 1979. A partir de 1882 el Ayuntamiento da muestras de esterilidad en cuanto a mejoras, sumergido en acciones de puro trámite, y lo poco que se hacía se debía a la iniciativa de sociedades y particulares. Lo más destacado de entonces fue la instalación del fluido eléctrico y el teléfono, así como el camino de Carboneras.

   El II volumen de la ‘Memoria histórica, fotográfica y documental de Garrucha, 1861 – 1936’ de Juan Grima Cervantes, y que en 1991, en mi época de alcalde, el Ayuntamiento regaló a los vecinos, es una fuente que nos permite acercarnos a la Garrucha anterior a 1936.

   El último cuarto del siglo XIX es la época del caciquismo y del turno de partidos (liberal y conservador) en el Gobierno de la Nación. La política era una farsa y el ‘pucherazo’ la tónica de las elecciones. Un refrán de entonces decía: ‘Al cabo de los años más vota el muerto que el sano’. Igual sucedió en Garrucha, donde la vida municipal estaba dominada por el caciquismo y el turno de partidos, siendo Asensio Fernández Morán el hombre fuerte de los conservadores y José García Suesa el de los liberales. Ante tal situación el pueblo vivía ignorante e indiferente a lo que acontecía en la vida pública. Por ese tiempo (1881) apareció en Garrucha la masonería que fundó la logia ‘Antigua Urci’, a la que pertenecían el liberal José García Suesa, extranjeros residentes y españoles.

   A principios del siglo XX se instala en España una corriente regeneradora que prende también en Garrucha, aunque pronto se fue al traste, pues más bien era una mascarada del caciquismo reinante. En esta corriente regeneracionista emerge en Garrucha la figura del empresario Simón  Fuentes Caparrós, que ocupó el primer plano de la política local y comarcal, llegando a dominar el distrito electoral de Vera. Se le llamó ‘el rey del esparto’ por dedicarse a la exportación de ese producto. Vivía en plaza de la capilla, en la casa situada a la derecha de ésta.

   Eco tuvo en Garrucha la primera guerra mundial (1914 – 1918), que encendió pasiones entre los extranjeros residentes de ambos bandos, dedicados muchos de ellos a la minería, a las agencias consulares, al comercio y a otras actividades. Y hablando de guerras, resultó que fueron muchos los garrucheros reservistas reclutados para la guerra de África (1909).

   Muchos de los nacionales y extranjeros residentes en Garrucha se dedicaron al negocio de la minería, ya que este municipio se benefició del hallazgo en Cuevas del Almanzora del plomo argentífero (1838). Mediado el siglo XIX Ramón Orozco Gerez y Jacinto Anglada Lloret montaron en Garrucha sus negocios. El primero la Fundición San Ramón para obtener plomo de Sierra Almagrera; fundición que después convirtió en alto horno (el Martinete) para la obtención de hierro de Bédar. Negocio que fracasó por el alto coste del transporte de mineral a base de mulos. Esta fundición desapareció en 1900. El señor Anglada instaló en 1860 la Fundición de San Jacinto, también para el plomo, la cual perduró hasta el principio del siglo XX. Su yerno, Enrique Calvet Lara, inauguró en 1882 una fábrica de desplatación para extraer la plata de la galena, pero el negocio no resultó.

   Gracia tiene lo del hallazgo de petróleo en el verano de 1930. Resulta que aparecieron en algunos pozos de Garrucha manchas de petróleo que causaron una gran sensación y amplio eco en la prensa. Una empresa investigadora de Madrid, que lanzó acciones por valor de cuatro millones de pesetas, envió a un ingeniero para que practicara sondeos con resultado negativo, razón por la que la empresa se desentendió del asunto y abandonó al ingeniero a su suerte.

   Con la llegada de la dictadura del general Primo de Rivera (1923 – 1930), personas como Pedro Juaristi y Landaida, Antonio Casanova Amat, Federico Moldenhauer Murphy y otros se hicieron con las riendas del municipio y regeneraron la vida local haciendo realidad una serie de proyectos vitales para Garrucha, como fueron la estación de la energía eléctrica, el Pósito de Pescadores y la obra más trascendente: el puerto de refugio de pescadores, obra por la que hacía años que suspiraban los hombres del mar, verdadero reto en la historia de Garrucha. La obra se concedió el día 9 de octubre de 1926 siendo alcalde Pedro Juaristi y Landaida (1924 – 1930), y aunque él ya no era alcalde, a los casi cuatro meses de proclamarse la II República, a las 11:30 horas del viernes 7 de agosto de 1931 se colocó la primera piedra del muelle de levante. Un sueño se hacía realidad. De su importancia da idea que el mineral de hierro de Bédar, transportado por cable y ferrocarril (17,5 km.) hasta 1923, se almacenaba en la playa para llevarlo penosamente al barco por medio de gabarras.


   La proclamación de la República fue recibida con alborozo por la Corporación municipal, que ordenó tremolar la nueva bandera desde el balcón del Ayuntamiento; aunque el nuevo régimen no fue para Garrucha un camino de rosas. La confusión en el orden político era una constante en esos años. Sin embargo, con el gobierno del alcalde socialista José Clemente Vidal (que lo fue dos veces) se vivió una etapa fructífera para Garrucha: se construyó el puerto y se gestionó otro proyecto para su ampliación a comercial; se acometió con decisión el deslinde del término y se iniciaron varios proyectos, de los que unos se llevaron a cabo y otros, la mayoría, quedaron frustrados por la guerra. Además, en el periodo republicano la cuestión religiosa estuvo presente en la vida local, con tensiones a la hora de las procesiones.

   La situación económica del Ayuntamiento de aquellos años era tan precaria, tan agobiante, que apenas si se podía hacer frente a los más elementales servicios municipales, incluso a los funcionarios se les debían meses de sueldo. Pero es que en la misma situación de precariedad económica se encontraba la mayoría de los vecinos, pues el mayor problema de entonces era el azote del paro, con frecuentes temporales de levante que dejaba a los pescadores sin sustento al no poder salir a faenar. Ante tal situación hubo de luchar con denuedo el Ayuntamiento, pues se daba el caso de que muchas familias no tenían nada para comer.

   Pero el desastre para Garrucha lo motivó la guerra civil (1936 – 1939), de fatales consecuencias para todos. En su reciente libro, Manuel León González y Eusebio Rodríguez Padilla exponen con toda crudeza la tragedia que significó para Garrucha la guerra civil. Libro en el que los autores describen la muerte por fusilamiento de catorce personas a manos de miembros del comité revolucionario de la localidad en la madrugada del 4 de octubre de 1936. Su lectura impresiona a las personas de buena de fe, sin que después de tanto tiempo beneficie a nadie que se exacerben las pasiones a raíz de su publicación, cosa que a nada bueno conduce.

   A la tragedia que vivió Garrucha en la guerra civil y las secuelas penales que trajo consigo, le sucedió una posguerra sombría, donde, igual que en la contienda, además de diversas lacras y enfermedades, el hambre azotaba a los más desfavorecidos, que se las ingeniaban como podían para subsistir. Ante tan angustiosa situación, donde se dieron casos del fallecimiento por hambre de algunas familias, la autoridad municipal se afanaba en resolver tan angustioso problema usando los medios a su alcance para conseguir abastecer de alimentos a la población.

   De forma tan cruel se cumplían los primeros ochenta años del municipio de Garrucha, años de claroscuros y contrastes sociales que el historiador Juan Grima nos pone delante en su obra.

   Un pueblo que en el siglo XIX y parte del XX tenía una amplia clase alta, visitado por extranjeros, personalidades de las minas y veraneantes, para los que el municipio estaba dotado de unas mínimas comodidades: casinos y centros culturales, etc. Siendo la Sociedad de Salvamento de Náufragos (1887 – 1932) el centro social más importante de la villa, sin olvidar el ‘Casino de Garrucha’. Centros en donde durante el verano se reunía lo más selecto de la sociedad, con numerosas actividades de recreo, tertulias, veladas literarias, teatros, etc. 

  Sin embargo, junto a la Garrucha esplendorosa de las minas y los buenos negocios se escondía otra Garrucha, la de los trabajadores manuales (el 70% de la población): obreros de embarque, mineros, pescadores y personal de servicios, todos con jornales de miseria, acosados por un capitalismo de escasa sensibilidad social. Estos sectores de la población vivían hacinados, ocupando las partes altas del núcleo urbano y las cimbras abandonadas del Martinete y la fábrica de San Jacinto; en unas condiciones lamentables de insalubridad. Ellos eran siempre los primeros en sufrir el acoso de todo tipo de calamidades, que gracias a Dios, hace años que desaparecieron.
  


   Los cuarenta años siguientes a la guerra civil (1939 – 1979) fueron de decadencia para Garrucha. A la escasez de recursos que tenía el Ayuntamiento, se unía la desidia de los sucesivos gobiernos municipales en gestionar otros; su dedicación eran las pequeñas cosas y la rutina diaria del trámite. Eso suponía que el municipio careciera de lo más elemental y no se acometieran las infraestructuras necesarias para el desarrollo de un adecuada vida municipal. Fueron años de una Garrucha postrada, que dio lugar a que familias enteras emigraran a Barcelona y muchos jóvenes se fueran en busca de nuevos horizontes, bastantes de ellos a Madrid. Sin embargo, en la segunda parte de esa cuarentena de años, dos hechos fueron decisivos para el despegue económico del municipio: el turismo y la pesca.
  
  Desde siempre las playas de Garrucha acogieron a gran número de veraneantes, en particular de Cuevas del Almanzora, pero es en los años sesenta del siglo XX cuando comienza el boom  del turismo, convertido en pilar básico de la economía municipal. En aquella década de los sesenta el turismo de Garrucha se nutría de gran cantidad de turistas alemanes, de los que las jóvenes alemanas que arribaron a estas costas llevaban de cabeza a los jóvenes garrucheros. Mención especial merece la pesca en Garrucha, lugar en el que desde tiempo inmemorial se asentaba una colonia de pescadores. Son muchas las vicisitudes por las que ha pasado el sector pesquero, que en los últimos años está en declive, preso de una profunda crisis.
  
   Ya en el año 1580 la importancia de la actividad pesquera dio lugar a que el Ayuntamiento de Vera dictara unas ordenanzas reguladoras del sector. Con el tiempo la demanda de pescado supuso el aumento del número de barcas, hasta llegar a los años veinte del siglo XX cuando aparecieron los barcos de motor, siendo el último cuarto de siglo la época de mayor florecimiento con la pesca de arrastre.

   El año 1979 señala el punto de inflexión de Garrucha. De la dejación sobrevenida después de la guerra civil, 1979 será el año del comienzo de la modernización y prosperidad del municipio, fue el año en que se celebraron las primeras elecciones municipales (3 de abril) en las que fui elegido por primera vez alcalde de Garrucha, al implantarse en España el régimen constitucional y democrático propiciado por el rey. Desde esas primeras elecciones hasta la fecha el crecimiento en todos los sentidos ha sido incesante, valga como dato que Garrucha tenía 3.500 habitantes en 1979 y ahora 8.600. No es preciso descender al detalle porque es de sobra conocido lo que se ha hecho en los treinta y dos últimos años. Las ocho corporaciones municipales que se han sucedido en ese tiempo, de las que yo presidí las cinco primeras, se han afanado en promocionar el municipio, dotándolo cada vez de más y mejores servicios. De lo hecho, solo me voy a detener, como ya indiqué, en la historia del término municipal.

   Dicho queda que el municipio de Garrucha se segregó de Vera, sin que se le fijara su término municipal, hasta el punto de que hasta 1994, en puridad legal, ni el propio núcleo urbano era su jurisdicción territorial. Desde su inicio, enero de 1861, el Ayuntamiento de Garrucha reclamó que se le fijara su  término, pero Vera hizo caso omiso de la reclamación a pesar de la orden del gobernador civil para que se señalara el término y se deslindara. El 30 de abril de 1861 se cumplió la orden gubernativa, con la cesión por parte de Mojácar de una pequeña porción de terreno; sin embargo, al acto no asistió delegado alguno de Vera. Garrucha tomó posesión del territorio dos días después e incluso se levantó el plano topográfico. Pero las actuaciones carecieron de validez al no ser aprobadas por el  Ministerio de la Gobernación. Años más tarde, a finales del siglo XIX, hubo otros intentos que no fructificaron.

   Es en el año 1932, ya durante la segunda República, cuando el Ayuntamiento de Garrucha vuelve a la carga para conseguir el ansiado término. Se elaboró un riguroso y preciso informe que sirvió para que el Ministerio de la Gobernación resolviera el 5 de junio de 1934 en el sentido de fijar la línea límite del término, basada en el deslinde de abril de 1861. Vera recurrió la orden ministerial ante el Tribunal Supremo, recurso que desestimó dicho tribunal en 1937. Pero finalizada la guerra civil Vera solicitó ante el Supremo la revisión de la sentencia anterior, cosa que consiguió cuando el mismo tribunal revocó en junio de 1941 la orden ministerial favorable a Garrucha. Llama la atención esta sentencia revocatoria, viciada con expresiones políticas tales como: el Tribunal Supremo del Gobierno marxista de Valenciadel año 1937 o aquella autoridad que presidía el municipio rojo’ (vamos, como si Vera hubiera estado en bando distinto al de Garrucha en la guerra civil). El caso es que por una sentencia injusta, politizada, nos quedamos otra vez sin término. Años después, en 1964, el Ayuntamiento de Garrucha de nuevo volvió a la carga, pero después de años de estéril papeleo nuevamente se produjo el fracaso. Siempre se interponía un muro infranqueable.

   Sin embargo, en mi cuarto mandato (1991 – 1995) llegó el tan esperado momento cuando el 24 de enero de 1994 negocié la cesión con los alcaldes de Vera y Mojácar en el parador nacional mojaquero. Así, después de ciento treinta y tres años, el problema latente del término municipal quedó resuelto, lo que supuso mi mayor satisfacción al frente de la alcaldía de Garrucha.


   Como miscelánea necesaria tengo que destacar la gran labor social desarrollada a lo largo de los años por las comunidades de religiosas en la enseñaza de las niñas. Igualmente debo subrayar la hospitalidad y lo bien recibidos que hemos sido siempre los venidos de fuera en todas las épocas, siempre tratados como nacidos aquí. Lugar destacado ocupa también la Peña Deportiva de Garrucha, primer club de fútbol de la provincia, fundado en 1916. Por último, dejar constancia de que en Garrucha nacieron dos de los poetas más importantes de Almería: José Durbán Orozco y Antonio Cano Cervantes, ‘el poeta ciego’.


   La realidad es que con sus luces y sus sombras el municipio de Garrucha ha cumplido siglo y medio de historia, habiéndose instalado en la modernidad y el crecimiento, lo que es algo muy gratificante.