miércoles, 10 de octubre de 2018

JOSÉ ANTONIO PRIMO DE RIVERA, UN GRAN DESCONOCIDO

                                                                                                                         Adolfo Pérez López    

Ahora que el Gobierno de la Nación está empeñado en desenterrar los restos del general Franco para llevarlos fuera del Valle de los Caídos, a la vez se tiene la intención de trasladar la tumba de José Antonio Primo de Rivera, situada al lado de la de Franco, a otro lugar no preeminente de la propia basílica, en virtud de ser un caído de la guerra civil.
Respecto a José Antonio Primo de Rivera, el gran desconocido de la política española del siglo XX, creo acertar si digo que son muy pocos los españoles que no han oído hablar de él y que también son muy pocos los que saben algo de su vida y de su ideología. Este artículo no es una loa de la doctrina falangista, solo me interesa la figura política y humana de su fundador, objeto de mi admiración. Razón por la que escribo esta sencilla semblanza con el deseo de que le sirva a algún lector para conformar su opinión sobre tan controvertido personaje.
José Antonio, así es conocido, nació en Madrid el 24 de abril de 1903, primogénito de seis hermanos, sus padres fueron Miguel Primo de Rivera y Casilda Sáenz de Heredia, fallecida en 1908 con 28 años, cuando nuestro personaje solo tenía cinco. Su padre, general del Ejército, instauró la dictadura en el reinado de Alfonso XIII, la cual duró seis años, de septiembre de 1923 a enero de 1930 en que dimitió y se exilió en París donde murió mes y medio después.
El joven José Antonio, brillante licenciado en Derecho ejercía la abogacía en Madrid, en 1930, cuando contaba 27 años, se lanzó a la arena política para reivindicar la memoria de su padre por los ataques recibidos a la caída de la dictadura. Se afilió a la Unión Monárquica Nacional y desde el primer momento, junto con otros jóvenes, se dispuso a conformar sus ideas políticas. En 1933, ya superada la represión que siguió a la sedición del general Sanjurjo, José Antonio entró de. lleno en la vida pública; ese año consiguió el acta de diputado a Cortes por la provincia de Cádiz. La juventud, sobre todo la universitaria, siguió con entusiasmo a aquel joven que les hablaba un idioma nuevo y que les exigía disciplina, valor y sacrificio.
La acción política desempeñada desembocó en el gran mitin de 29 de octubre de 1933 en el teatro de la Comedia de Madrid. El discurso de José Antonio en aquel acto, considerado como fundacional de Falange Española, es una pieza maestra tanto desde el punto de vista literario como doctrinal, que causó una gran impresión. Un discurso en el que José Antonio, buen orador, desmenuzó con claridad y precisión el programa falangista, eminentemente patriótico. Allí dijo que: “La Patria es una unidad total en la que se integran todos los individuos y todas las clases”, que “La Patria no puede estar en manos de la clase más fuerte ni del partido mejor organizado …” Bien es verdad que en el discurso puso en cuestión la existencia de los partidos políticos. Seguidamente se redactaron los 27 puntos de Falange Española, que contienen el programa del partido de forma esquemática. En ellos se refleja su sensibilidad patriótica, religiosa y de justicia social, donde prima el amor a España.
Desde el principio se especuló sobre el nivel de confluencia de la Falange de José Antonio con el fascismo. Ya se sabe, el fascismo es un movimiento político y social fundado en 1919 por Benito Mussolini, que se extendió por parte de Europa entre las dos guerras mundiales. La doctrina fascista se basa en el totalitarismo y un exaltado nacionalismo, base del Estado totalitario gobernado por partido único. Dado que Falange Española no llegó a gobernar el Estado se hace difícil emitir un juicio certero respecto a su grado de fascismo.
A raíz de su fundación los falangistas fueron perseguidos por elementos marxistas, hasta el punto que cuatro de ellos fueron asesinados en los tres meses siguientes. Esto dio lugar a que los falangistas se defendieran con pistolas; o sea, a la violencia se respondió con la violencia.
De 1933 a 1936 la labor de difusión de la Falange se hizo de forma intensa y directa por pueblos y ciudades para lo que los falangistas se vestían con camisa azul mahón, de corte militar, con el emblema del yugo y las flechas adosado en el bolsillo izquierdo. José Antonio visitó diversas provincias propagando la doctrina falangista. En Salamanca se encontró con el ilustre filósofo Miguel de Unamuno que asistió al mitin del fundador.
En las elecciones generales de 16 de febrero de 1936, ganadas por el Frente Popular (coalición de izquierdas) contra el que se empleó José Antonio con dureza. En tales elecciones ninguna candidatura falangista fue elegida, incluida la suya que presentó por Cuenca.
El 14 de marzo siguiente el Gobierno de izquierdas declaró ilegal la Falange (orden revocada después por los tribunales), se clausuraron todas sus sedes y fue detenido José Antonio, al parecer por tenencia ilícita de armas de fuego (dos pistolas). En aquellos meses el ambiente era irrespirable y la vida de las personas carecía de valor.
En junio de 1936 lo confinaron en la cárcel de Alicante para mayor seguridad, un mes antes de la sublevación del 18 de julio. Durante ese tiempo hubo intentos de canjearlo por otros presos en manos de los ‘nacionales’, incluso de rescatarlo, pero todo fue en vano. En noviembre de 1936 fue sometido a la farsa de un proceso inicuo acusado de organizar la rebelión militar, cosa imposible que sucediera pues llevaba preso cuatro meses antes de la rebelión. En el juicio se defendió él mismo con suma brillantez. Su gallardía despertó viva simpatía en un público asistente predispuesto en su contra. Pero no hubo nada que hacer, la sentencia fue la pena capital, ya acordada de antemano. El Gobierno, presidido por el socialista Francisco Largo Caballero, se negó a conmutarle la pena que le habían solicitado, la cual se cumplió en el patio de la cárcel de Alicante el 20 de noviembre a las siete menos veinte de la mañana en que se oyó la descarga de fusilería que ponía fin a su vida, tenía 33 años.
El historiador José María Zavala recoge en su libro: “La pasión de José Antonio” el testimonio del ciudadano uruguayo Joaquín Martínez Arboleya, que hospedado entonces en Alicante presenció la ejecución invitado por un amigo, a la que hubo de acudir, dice, para disimular.
Relata Martínez Arboleya cuenta en su autobiografía cómo se desarrolló la ejecución. Dice que el fusilamiento lo realizó un piquete de ocho milicianos anarquistas. José Antonio llevaba un mono azul raído y alpargatas, con las manos a la espalda sujetas con grilletes. Rechazó con firmeza la venda en los ojos y cuando se dio la orden de disparar gritó con fuerza “¡Arriba España!”. Sin embargo, según relata Martínez Arboleya, ahí no concluyó su sufrimiento:
“José Antonio recibió la descarga en las piernas. No le tiraron al corazón ni a la cabeza; lo querían primero en el suelo, revolcándose de dolor. No lo lograron. El héroe cayó en silencio, con los ojos serenamente abiertos. Desde su asombrado dolor, miraba a todos sin lanzar un quejido, pero cuando el miliciano que mandaba el pelotón avanzó lentamente, pistola (a) martillada en mano y encañonándolo en la sien izquierda, le ordenó que gritase “¡Viva la República, pero recibió por respuesta otro “¡Arriba España!”. Volvió entonces a rugir la chusma, azuzando a la muerte. Rodeó el miliciano el cuerpo del caído y apoyando el cañón de la pistola en la nuca de su indefensa víctima, disparó el tiro de gracia.”
Así murió aquel gentilhombre, III marqués de Estella, con grandeza de España, soltero y buen católico. Según los historiadores estaba dotado de una gran gallardía personal y claro talento. Ferviente admirador de su padre. Como el general amaba con pasión a España, una España que no le gustaba porque la quería mejor, y a su servicio se entregó con una entrega total, hasta sacrificar su propia vida. Su testamento es un documento excepcional por los valores patrióticos, religiosos y humanos que contiene.

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Anexo. Meses después de haber escrito mi artículo sobre José Antonio Primo de Rivera leo otro del historiador José María Zavala en el que dice que ha tenido acceso a un escrito del veterano funcionario de prisiones Mariano Arroyo en el que cuenta que en la madrugada del 20 de noviembre de 1936 se despertó con gran sobresalto por el estruendo que acababa de despertarlo. Por su fino oído supo distinguir los disparos de un fusil Mauser del de las bombas lanzadas por los aviones enemigos. “Marché al patio de la enfermería, dice el oficial de prisiones, y vi en él, al fondo, dos grandes charcos de sangre”. Sigue diciendo que fue a la cocina y se entrevistó con el ranchero Francisco Segura, falangista de Orihuela, al que mandó que llevara una espuerta de tierra al patio de la enfermería mientras él se iba al rastrillo a coger un legón. Una vez en el patio hicieron un montón de tierra y la mezclaron con la sangre. Y añade que, mezclada con la sangre de José Antonio, había una bala que se la guardó en el bolsillo. Cuando finalizó la guerra entregó la bala al delegado de Investigación e Información de Falange. José María Zavala especula en su artículo sobre si esa bala fue una de las que salieron del cargador de la pistola de Guillermo Toscano Rodríguez, el miliciano que le dio el tiro de gracia a José Antonio.

Dice José María Zavala en su artículo que contaba Miguel Primo de Rivera, hermano de José Antonio, que en la madrugada del 20 de noviembre, ya en la antesala de la muerte, a las seis de la mañana le concedieron cinco minutos para despedirse de su hermano. Cuando entró a las seis y veinticinco se lo encontró tirado en el suelo pues no había ni una colchoneta; con un frío de muerte. Les rodeaba un grupo de milicianos armados con pistolas. Entonces José Antonio le dijo en inglés para que no lo entendieran: “Help me to die bravely” (“Ayúdame a morir como un valiente”).
































jueves, 3 de mayo de 2018

LA GRANDEZA DE ESPAÑA

Adolfo Pérez López

   Desconozco hasta qué punto los españoles estamos enterados de la realidad de España, tanto la referida a su historia como a la de los tiempos modernos. Durante los años de democracia el sentimiento patriótico español ha estado aletargado, hasta que en el año 2010 se ganó la copa del mundo de fútbol en que, profusamente, apareció la bandera nacional en balcones y coches. Sin embargo, ha sido estallar la crisis catalana cuando el patriotismo español ha despertado con viveza en grandes manifestaciones atiborradas de banderas rojigualdas, banderas que, en gran cantidad, también han ondeado en balcones de pueblos y ciudades. Y es que no me cabe duda de que España es una gran nación a pesar de algunos españoles (los de siempre) que se empeñan en dañar su imagen.

   Grande es la nación que tiene una historia tan larga y bella como la de España, civilizada en la antigüedad por Roma a la que dio tres emperadores: Trajano, Adriano y Teodosio I, así como al gran filósoso Séneca. Ningún país europeo puede presumir de una gesta como la nuestra de la Reconquista del suelo hispano invadido por los musulmanes (711 - 1492). Con grandes reyes de la España cristiana como Fernando III el Santo, mientras que en el fascinante mundo de la España musulmana destacó el esplendor del califato de Córdoba con el gran califa Abderrahman III. Y por encima de todos, la grandeza de los Reyes Católicos en cuyo reinado se acabó la Reconquista y se descubrió América, uno de los hitos más importantes de la historia de la humanidad.

   La grandeza de España en el mundo alcanzó su máximo esplendor con los reyes Carlos I y su hijo Felipe II, nieto uno y bisnieto el otro de los Reyes Católicos. El reinado de Carlos I fue la época de las grandes conquistas españolas en América con Hernán Cortés en México, Francisco Pizarro en Perú y otros grandes conquistadores. Tiempo en que Fernando de Magallanes y Juan Sebastián Elcano dieron la primera vuelta al mundo. Tierras de conquista a las que los españoles aportaron su lengua, la religión católica, su cultura y sus costumbres, uniéndose con los nativos, lo que dio lugar a un fecundo mestizaje racial.

   Cuando hace poco tiempo el papa Francisco (argentino) visitó Chile y Perú una gran satisfacción me embargaba al verlo hablar español sin intérpretes con los gobernantes de ambas naciones. Igual sucedía cuando las muchedumbres católicas, chilenas y peruanas, rezaban alrededor del papa en la misma lengua, lengua española que hoy hablan 570 millones de personas. Religión católica y lengua castellana que los españoles enseñaron y extendieron por todas las naciones hispanoamericanas. No cabe duda que era la proeza de una gran nación.
  
   Con Felipe II el imperio español era impresionante, casi planetario, que no me resisto a detallar: En Europa: toda la Península Ibérica, islas Baleares, Rosellón, Cerdaña, Franco Condado, Países Bajos, Milanesado, Nápoles, Sicilia, Cerdeña y Toscana. En África: Orán, Mazalquivir, Melilla, Ceuta, Tánger, Arcila, Mazagán, islas Canarias, Madera, Azores, Cabo Verde, parte del golfo de Guinea, islas Santo Tomé, Príncipe, Fernando Poo, Annobon y Santa Elena, Congo, Angola, Mozambique, Sofala y Zambeze. En Asia: los establecimientos de Portugal del golfo Pérsico (Ormuz), de la India (Goa, Angediva, Cananor y Cochín), Malaca y Macao (China). En Oceanía: las colonias portuguesas de las Molucas y Timor y la española de Filipinas. En América: la posesión portuguesa de Brasil y el inmenso dominio hispánico desde el estrecho de Magallanes hasta California, Florida y las dos Antillas. Dominios que se fueron perdiendo hasta llegar al año 1898 en que no quedó nada.
  
   Grandeza de un país es padecer una cruenta guerra civil (1936 - 1939), superar un régimen dictatorial y haber instaurado después una democracia parlamentaria promovida por un rey constitucional. Democracia que ha conducido a España a su modernización y pertenencia a la Unión Europea y a la OTAN. Lo mismo que haber superado con brillantez una profunda crisis económica que nos tuvo al borde del abismo, con un rescate que en el año 2012 se cernía sobre nuestra economía, lo que hubiera supuesto un desastre nacional. Ahora, España ocupa el puesto nº 14 en el ranking mundial de potencias económicas.

   Grandeza de España es tener un sistema público de sanidad de primer nivel dotado de una amplia red de modernos hospitales y ser vanguardia en trasplantes de órganos humanos. Además, presume de dos premios Nobel de Medicina: los doctores Santiago Ramón y Cajal (1906) y Severo Ochoa (1959).

   En el campo de la literatura disfrutamos de una envidiable pléyade de escritores de categoría universal: Cervantes, Santa Teresa de Jesús (doctora de la Iglesia), Lope de Vega, Calderón de la Barca, Pérez Galdós. Literatura española laureada con cinco premios Nobel: José Echegaray (1904), Jacinto Benavente (1922), Juan Ramón Jiménez (1956), Vicente Aleixandre (1977) y Camilo José Cela (1989). A un altísimo nivel ha sobresalido la pintura española con artistas tan grandes como Velázquez, Goya y otros. También ha destacado España con compositores musicales tales como Albéniz, Falla y Rodrigo.

   En el campo del deporte España ocupa un lugar preeminente en el mundo en bastantes disciplinas: fútbol, balonmano, tenis, golf, motociclismo, ciclismo, patinaje artístico, natación, etc. En fútbol la selección española ha sido campeona del mundo (2010) y tres veces ha ganado la copa de Europa de naciones. Entre el Real Madrid (12) y el Barcelona (5) han conseguido 17 copas de Europa de clubes. Gran aporte para la marca España es el Real Madrid, considerado por la FIFA el mejor club del siglo XX. En tenis, un nº 1 mundial: Rafa Nadal. En ciclismo un gran campeón: Induráin (5 tours consecutivos). En natación, la gran campeona Mireia Belmonte.

   España se distingue por su protección a la naturaleza para lo que dispone de grandes superficies protegidas que conforman una importante red de parques naturales, entre los que destacan el de Doñana al sur y Picos de Europa al norte. Gran importancia tiene su riqueza agrícola como así lo acredita su exportación por toda Europa de sus frtuos hortofrutícolas y su gran variedad de vinos.

   Las grandes ciudades españolas, Madrid y Barcelona, junto a las de Valencia, Sevilla y Bilbao ocupan un lugar relevante en el concierto de ciudades europeas, las cinco muy visitadas por los turistas. Con sus prestigiosas universidades en las que estudian muchos jóvenes de otros países.

   No cabe duda de que nuestro país es una potencia turística de primer orden, pues son muchos los millones de turistas que nos visitan cada año, cuyo desplazamiento se les facilita con buenos aeropuertos, una moderna y extensa red de autovías e igual otra de trenes de alta velocidad. Redes que acercan a los turistas a las distintas playas, tanto a las brumosas y frescas del norte como a las cálidas y soleadas del sur y el este. Y lo mismo para visitar los monumentos nacionales y las bellas catedrales: Sagrada Familia en Barcelona, palacio real y museo del Prado en Madrid, Alhambra de Granada, mezquita de Córdoba, Giralda de Sevilla o la imponente catedral románica de Santiago de Compostela, así como la gótica de Burgos.

   A grandes trazos dejo expuesto lo que considero que es la grandeza de España, a la que tanto queremos y tanto nos duele. Y aquí me quedo. Ahora que sea el lector el que juzgue sobre lo que ha leído, que casi seguro su opinión será muy cercana a la mía.
                                                                                             





  





lunes, 2 de abril de 2018

LA LARGA Y BELLA HISTORIA DE ESPAÑA


                                                                           Adolfo Pérez López                                                                 

   Cuando en diciembre de 2017 el presidente del Gobierno, don Mariano Rajoy, visitó Caravaca de la Cruz y cumplió con el jubileo del Año Santo, en la ceremonia el obispo de la diócesis le dijo al presidente que tuviera ‘sabiduría y acierto’ en su gestión para mantener la unidad de la nación, ‘y para que España siga con una historia larga y bella’.

   Las palabras del obispo me llevaron al recuerdo de que cuando ejercía en mi escuela, siendo maestro de ciencias sociales, los niños se embelesaban cuando les contaba algún episodio de la historia de España. Ese recuerdo es el que me anima a escribir este artículo.

   Un somero repaso de la historia de España nos da cuenta de que rezuma grandeza, en contra de lo que babean sobre ella españoles sin autoridad historiográfica, que intentan desacreditar el pasado y atizar la leyenda negra. Leyenda negra que comienza en el siglo XVI alrededor del rey Felipe II, avivada por el odio de los protestantes y activada por la venganza de Antonio Pérez, secretario de Estado de Felipe II, huido a raíz de lo sucedido por sus ilícitos amores con la princesa de Éboli. Claro que, aparte del contexto de cada época, no todo es puro y santo en la historia de las naciones dada la condición humana de sus protagonistas.

ROMANOS  Y  VISIGODOS

   Más allá de los primeros pobladores de la península ibérica (iberos y celtas) y colonizadores de la España primitiva, capítulo importante son los más de 600 años de dominación romana (218 a. C. a 409 d. C.) de la península convertida en provincia de la República y del Imperio romano, que se enriqueció con los efectos de la romanización. La península se benefició del arte, la cultura, las obras públicas, etc. de Roma, con la lengua latina matriz de la castellana. Aquí nacieron los emperadores Trajano, Adriano y Teodosio I, así como Lucio Anneo Séneca, gran figura de la filosofía, junto con otros personajes  importantes. Al principio de la dominación romana tuvieron lugar los hechos admirables y heroicos del levantamiento de Viriato y el sitio de Numancia de los que todos hemos oído hablar.

   A partir del año 409 los bárbaros acabaron con el dominio de Roma en la península, siendo los primeros invasores los suevos, vándalos y alanos, que dieron paso a los visigodos, los cuales se enseñorearon del territorio hispano hasta el año 711, año en que debido a sus luchas intestinas propiciaron la invasión árabe de la península gracias a su triunfo contra el rey godo don Rodrigo en la batalla del río Guadalete, librándose de la conquista musulmana pequeños núcleos montañosos del norte. La corriente de aproximación de los hisparromanos y visigodos culmina con la adopción del catolicismo por parte del rey Recaredo. En la época visigoda brota una cultura, cuya figura central y eminente es San Isidoro, y se dibuja una monarquía nacional hispanogoda, junto con la influencia civilizadora de los Concilios de Toledo. De la época visigoda perduran nombres de persona (Alfonso, Ramiro, Raimundo, Elvira, etc.), y palabras incorporadas a nuestro idioma: ganso, espuela, tregua, adobar, ataviar, etc.

LA  ESPAÑA  MUSULMANA

   El fascinante mundo de la España musulmana se extendió durante 781 años, desde el 711 hasta  1492, periodo que abarcó toda la Edad Media. En ese tiempo se sucedieron distintas vicisitudes en su forma de gobierno (dependiendo o no del califato de Damasco), hasta que Abderrahman III (912 - 961) se proclamó califa omeya de Córdoba. Figura eminente del califato fue el general y político Almanzor (939 - 1002), que se distinguió por sus conquistas en el campo cristiano y por sus dotes de gobierno. A partir del año 1031 el califato se descompuso en los reinos de taifas, lo que facilitó la reconquista cristiana. Es tan importante el legado musulmán en España que resulta imposible resumirlo en este artículo. No obstante, cabe recordar el famoso pasaje de la monja alemana Hroswitta que llamaba a Córdoba ornamento del mundo, cuyo artífice fue el gran Abderrahman III. Se deja constancia de la belleza sin par de la Alhambra de Granada, la Mezquita de Córdoba y la Giralda de Sevilla.
     
LA  ESPAÑA  CRISTIANA  MEDIEVAL

Si fascinante fue el mundo de la España musulmana, apasionante fue el de la España cristiana medieval (718 - 1492). Sabido es que de la invasión árabe se libraron pequeños núcleos montañosos del norte, originarios de los reinos y condados cristianos de la España del medievo (Asturias, León, Castilla, Navarra, Aragón y Cataluña). Como es imposible hacer una breve sinopsis de cada uno de ellos vale con mencionar algunos episodios como la derrota de los musulmanes por el rey don Pelayo (718 - 737) en la batalla de Covadonga (Asturias), inicio de la Reconquista. Decisiva fue también la de las Navas de Tolosa en tiempos del rey castellano Alfonso VIII (1158 - 1214), así como brillantes fueron las campañas en Andalucía del rey de Castilla y León, Fernando III el Santo (1217 - 1252); igual que las del rey de Aragón, Jaime I el Conquistador (1213 - 1276), que completó la Reconquista en el levante. Gran rey de Navarra fue Sancho Garcés III el Mayor (1000 - 1035).

   Mención especial merecen dos héroes de leyenda castellanos, en primer lugar el conde autónomo de Castilla, Fernán González (n. 930 - d. 970) cuyas hazañas dieron lugar al Poema de Fernán González, escrito por un monje hacía 1250. Igual mención merece Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador (1040 - 1099), caballero de gran nobleza y lealtad hacia su rey. Su figura dio lugar al Poema del Cid, escrito hacia 1140, que narra las hazañas del héroe castellano. Es el tiempo de la localización del sepulcro del apóstol Santiago, según piadosas tradiciones, que dio lugar a las peregrinaciones y al Camino de Santiago. El dialecto castellano, con su vigor, se impone a los demás dialectos y se convierte en la lengua castellana. En la segunda parte de la Edad Media se crearon las universidades y fue la época del románico y del gótico, con sus bellas catedrales repartidas por ciudades españolas.

EL  REINADO  DE  LOS  REYES  CATÓLICOS

   Y llegamos a la Edad Moderna, siglo XV, cuyo comienzo coincide con los Reyes Católicos,  Isabel I de Castilla (1474 - 1504) y Fernando II de Aragón (1479 - 1516), de cuyo reinado afirma Menéndez Pelayo que el sentir de nuestro pueblo es que en tiempo de los Reyes Católicos fue en España la mayor empinación, triunfo, honra y prosperidad que nunca España tuvo. Tres grandes hechos jalonan su fructífero reinado: la unión personal y dinástica de Castilla y la Corona de Aragón, conservando cada reino sus instituciones propias, pero ambos gobernados por una sola voz y una sola voluntad; asimismo, se produjo el fin de la Reconquista con la toma de Granada y el hecho relevante del descubrimiento de América. En su buen gobierno destacan sus leyes en beneficio de los indios americanos a pesar de la leyenda negra difundida principalmente por fray Bartolomé de las Casas.

   La Inquisición ocupa un lugar notable en nuestra historia a partir de los Reyes Católicos. Sabido es que la Inquisición nació en Europa en el siglo XIII y decayó en el XV coincidiendo con las ideas renacentistas. Su misión era proteger a la Iglesia católica de las amenazas de la herejías, siendo los dominicos y franciscanos, órdenes recién fundadas, los encargados de su defensa y predicación de la moral y caridad cristianas. Mientras en Europa decayó la Inquisición en España se vigorizó a pesar de la tolerante convivencia entre cristianos, moros y judíos. La Inquisición establecida en la época de los Reyes Católicos obedecía a motivos religiosos y a otros de índole social: razas, economía, unidad nacional, etc. De forma que por bula del papa Sixto IV se creó el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición (año1478). Esta Inquisición nada tenía que ver con la existente en la Corona de Aragón. La recién creada era una combinación de la autoridad de la Iglesia con el poder temporal del Estado. De modo que el tribunal estaba bajo el control de los reyes. La Inquisición constituía la única institución política común a todos los reinos de la monarquía hispánica, con un solo inquisidor general y un consejo. Famosa es la figura del primer inquisidor general, fray Tomás de Torquemada (1420 - 1498). La institución estuvo en vigor 356 años, hasta el año 1834 en que fue abolida por María Cristina, regente de la reina Isabel II. Dada la complejidad del tema y la limitación del artículo no cabe hacer un resumen sobre la organización, funcionamiento y procedimientos inquisitoriales, que han soportado siempre una agria leyenda negra.

   A los Reyes Católicos les falló su expectativa de la sucesión dinástica. Su único hijo varón, Juan, príncipe de Asturias, falleció a los 19 años, razón por la que las coronas de Castilla y Aragón recayeron en su hija Juana, llamada la Loca por sus problemas mentales, casada con Felipe I el Hermoso, de Austria. La realidad hizo que su hijo Carlos I gobernara los reinos en nombre de su madre hasta que la reina falleció en 1555,  instaurándose así la Casa de Austria. 

LOS  AUSTRIAS  Y  EL  IMPERIO  COLONIAL  ESPAÑOL

Grande ante el mundo se manifestó España con sus notables hechos del siglo XVI, época de los dos primeros monarcas de la Casa de Austria: Carlos I y su hijo Felipe II. Carlos I (1516 - 1556), en rivalidad con el rey francés Francisco I consiguió ser elegido emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, ciñendo la corona como Carlos V (1520 - 1558). La aspiración de ambos monarcas por la hegemonía europea dio lugar a cuatro guerras (1521 - 1544). Se enfrentó a la Reforma de Martín Lutero y al desarrollo del protestantismo, que finalizó con el acuerdo de católicos y protestantes en la Paz de Augsburgo. El reinado de Carlos I es el de las grandes conquistas españolas en América: Hernán Cortés en México, Francisco Pizarro en Perú y otros notables conquistadores y exploradores; además, Fernando de Magallanes y Juan Sebastián Elcano dieron la primera vuelta al mundo (1519 - 1522).
  
   Felipe II (1556 - 1598) acabó las guerras con Francia y mandó construir el monasterio de El Escorial. Debido a los daños que turcos y berberiscos ocasionaron en los dominios españoles y al terror que sembraban en el Mediterráneo, los derrotó en la batalla de Lepanto. Hecho que causó una gran impresión en Europa. Se coronó rey de Portugal al quedar el trono vacante y haberse impuesto a los demás pretendientes. Con la unión de Portugal se realizó la unidad ibérica soñada por los Reyes Católicos y Carlos I. Duro golpe fue la derrota de la Armada Invencible en su expedición contra Inglaterra. Derrota a la que ayudó una fuerte tempestad.

   Con Felipe II el imperio español era impresionante, casi planetario, el cual merece ser detallado: En Europa: toda la Península Ibérica, islas Baleares, Rosellón, Cerdaña, Franco Condado, Países Bajos, Milanesado, Nápoles, Sicilia, Cerdeña y Toscana. En África: Orán, Mazalquivir, Melilla, Ceuta, Tánger, Arcila, Mazagán, islas Canarias, Madera, Azores, Cabo Verde, parte del golfo de Guinea, islas Santo Tomé, Príncipe, Fernando Poo, Annobon y Santa Elena, Congo, Angola, Mozambique, Sofala y Zambeze. En Asia: los establecimientos de Portugal del golfo Pérsico (Ormuz), de la India (Goa, Angediva, Cananor y Cochín), Malaca y Macao (China). En Oceanía: las colonias portuguesas de las Molucas y Timor y la española de Filipinas. En América: la posesión portuguesa de Brasil y el inmenso dominio hispánico desde el estrecho de Magallanes hasta California, Florida y las dos Antillas. Dominios que sus sucesores fueron perdiendo hasta llegar al año 1898 en que no quedó nada.

   De suma importancia fue la labor colonizadora de los españoles en América, en especial durante el siglo XVI. La transmisión de la cultura española es el resultado más que notable de la colonización, esencialmente de tipo popular; aunque en detrimento de las civilizaciones indias. Tierras a las que los españoles aportaron: lengua, religión, cultura, costumbres y la mezcla con los nativos, que dio lugar a un importante mestizaje racial. La obra de los misioneros fue relevante en la conquista y colonización. Se construyeron ciudades, catedrales, se fundaron universidades, se introdujo la imprenta, floreció la arquitectura monástica, etc.

   Es una realidad que tanto los Reyes Católicos como los Austrias promulgaron leyes para la protección de los indios a fin de que fueran tratados con dignidad. Bien es verdad que debido a las guerras, las enfermedades, el hambre, el excesivo trabajo y las sequías se produjo un acusado despoblamiento indio, lo que dio lugar a la utilización de los negros como esclavos para realizar los trabajos en las obras. La esclavitud era una práctica común de los europeos.
  
   Si grandes fueron los reinados de los dos primeros reyes de la Casa de Austria (los Austrias mayores), con los tres últimos (los Austrias menores): Felipe III, Felipe IV y Carlos II comienza la decadencia de la dinastía, es el momento del favoritismo de los validos en el gobierno. El hecho más significativo del reinado de Felipe III (1598 - 1621) fue la expulsión de los moriscos en 1609; además de impopulares se les acusó de traidores y de practicar su antigua religión, más la intención de confiscarles sus bienes. Fueron expulsados varios cientos de miles. Durante el reinado de Felipe IV (1621 - 1665) se produjeron las sublevaciones de Cataluña y Portugal (1640); sofocadas ambas. El intento se debió a la política centralista del valido conde - duque de Olivares. En 1668 Carlos II reconoció la independencia de Portugal.
 
   Fue en la época de los Austrias, siglos XVI y XVII, donde la literatura española alcanzó un gran  esplendor. Se trata del Siglo de Oro donde la palabra escrita y hablada llega a altas cumbres de perfección. Tiempo en que vivió Miguel de Cervantes Saavedra (1547 - 1616), el más grande escritor de las letras españolas, autor de El Quijote de la Mancha (año1605, 1ª parte y 1615, 2ª parte). Es el momento de los escritores místicos: Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, junto con una pléyade de grandes autores, entre ellos Lope de Vega, Calderón de la Barca y Francisco de Quevedo. Época del gran pintor Velázquez (1599 - 1660) y en el que se desarrollaron y promocionaron las ramas del saber, que se extendieron a América.

LA  DINASTÍA  DE  LA  CASA  DE  BORBÓN

   Con la muerte sin descendencia de Carlos II (1665 - 1700) se extinguió su dinastía y por su testamento se entronizó en España la francesa Casa de Borbón con el duque de Anjou, que tomó el nombre de Felipe V (1700 - 1746), bisnieto del rey español Felipe IV y nieto del rey de Francia, Luis XIV. El nuevo rey fue bien acogido en Madrid. Pero la corona también pretendida por el archiduque Carlos, que no aceptó el testamento de Carlos II, desató la guerra de sucesión, verdadero conflicto mundial que duró doce años, y ello fue debido al temor de que Francia con España rompieran el equilibrio europeo, y así se produjo la Gran Alianza de la Haya. La guerra terminó con Felipe V en el trono, el desistimiento del archiduque y la firma del tratado de Utrecht entre las potencias europeas del conflicto, una paz que le costó a España importantes pérdidas territoriales, entre ellas Gibraltar, más la pérdida de su categoría de gran potencia. Con Felipe V se usa por primera vez la denominación: Reino de España. Iniciativa suya fue la construcción del palacio real de Madrid.

   A Felipe V le sucedieron en el trono sus tres hijos mayores, Luis I (1724), cuyo reinado duró casi ocho meses y falleció de viruela, le sucedió su padre, que reinó de nuevo hasta 1746. Le siguieron sus hijos Fernando VI y Carlos III. Del reinado de Fernando VI (1746 - 1759), siguiendo una frase de Menéndez Pelayo, se puede afirmar que se trata de un periodo de modesta prosperidad y reposada economía. El gran acierto de este monarca fue rodearse de hombres capaces para el gobierno. Se apartó de alianzas con otros países y mantuvo la neutralidad durante su reinado en los conflictos europeos. Le sucedió su hermano Carlos III (1759 - 1788). Uno de los monarcas más reformadores que registra nuestra historia. También supo rodearse de ministros capaces. Tomó importantes medidas en diversos campos del gobierno de la nación y colonias. Interesante fue la obra de repoblación llevada a cabo en Sierra Morena. En 1767 se produjo la expulsión de los jesuitas sin que se hayan puesto en claro las verdaderas causas de tan injusta medida. El gobierno de Carlos III cayó de lleno en la corriente europea del ‘despotismo ilustrado’, caracterizado por un absolutismo exaltado, cuyo lema era: ‘Todo para el pueblo pero sin el pueblo’. Le sucedió su hijo Carlos IV, cuyo reinado se ve muy mediatizado por la Revolución francesa y Napoleón Bonaparte como ahora se verá.

   Del bondadoso Carlos IV (1788 - 1808) se esperaba un reinado venturoso por su edad (43 años) y la formación recibida, y así pareció al principio, pero su simpleza, ingenuidad y nulo interés por la política frustraron las esperanzas. El gobierno lo puso en manos de su gran favorito, Manuel Godoy, que se convirtió en árbitro de los destinos nacionales. Coincide este reinado con la Revolución francesa. El gobierno de España hizo cuanto pudo para evitar su influencia en nuestro país, pero no pudo impedir los gérmenes revolucionarios que dejaron en suelo hispano los ejércitos napoleónicos, que tanto influyeron en buena parte del siglo XIX español. Los sucesos de Francia dañaron la alianza que durante el siglo XVIII mantenían ambas naciones por los lazos familiares de los Borbones. En la guerra que Napoleón declaró a Inglaterra exigió el apoyo de España, de forma que la política española se ligó a la francesa en grado de servidumbre. La leal ayuda de nuestra escuadra se saldó con el desastre de Trafalgar (1805), que hundió para siempre nuestro poderío naval. Al no haberse sumado Portugal al bloqueo continental contra Inglaterra, Napoleón resolvió invadir la nación lusa coaligado con las tropas españolas, lo que supuso que llegara a España un gran ejército francés.

EL  TURBULENTO  SIGLO  XIX

Es el tiempo en que el pueblo español escribió una de las páginas más bellas de su historia. La presencia de las tropas francesas en suelo hispano causó un vivo desasosiego entre los españoles. Esta situación dio lugar a que el príncipe de Asturias, Fernando, liderara el motín de Aranjuez contra Godoy. El motín concluyó con el odiado Godoy en prisión y la abdicación de Carlos IV en su hijo Fernando en marzo de 1808, que retuvo la corona hasta el 6 de mayo siguiente en que, obligado por Napoleón, devolvió la corona a su padre, quien a su vez la cedió con todos los derechos al emperador, que designó como rey de España a su hermano José Bonaparte (1808 - 1813). El emperador tenía retenidos en Bayona a los reyes españoles y allí mandó llevar a los infantes y a la reina de Etruria. Cuando el 2 de mayo de 1808 el pueblo madrileño los vio salir del palacio real se levantaron contra las tropas francesas y contra el gobierno, dando así inicio a la Guerra de la Independencia, una catástrofe nacional, que tras heroicos episodios acabó en 1814 con la llegada a Burdeos de las tropas españolas, inglesas y portuguesas. Fue la primera y humillante derrota de Napoleón. Esta guerra fue el origen de una clase militar española deseosa de intervenir en la gobernación del país, como así sucedió.

   Fernando VII (1808 - 1833). El rey felón. Durante su reclusión en Valençay se mostró sumiso y humillado con Napoleón hasta conseguir que le devolviera la corona en 1813. Fue el tiempo en que las Cortes Generales promulgaron en Cádiz la Constitución de 1812. Mientras, Fernando VII era el símbolo nacional con el apelativo de El Deseado. Sin embargo, cuando en 1814 llegó a España se apresuró a abolir la Constitución y restaurar la monarquía absoluta, que contó con la aprobación del pueblo, un pueblo que desconocía lo que era una constitución, que si bien era adecuada para ciudadanos preparados no lo era para la realidad de los españoles (94% de analfabetos en 1803), pues para ellos lo natural era que el rey mandara y los demás obedecieran. Debido a una conjura, en 1820 el rey fingió aceptar la Constitución hasta que en 1823, con la ayuda de Francia, repuso el absolutismo que duró hasta su muerte en 1833.

   Fernando VII, en su deseo de que reinara su hija Isabel, promulgó la Pragmática Sanción, que restablecía el derecho de la mujer a la sucesión en el trono. Tal decisión no fue aceptada por el hermano del rey, Carlos María Isidro, que se consideraba legítimo heredero de la corona. El resultado fue el estallido de la lucha armada entre las dos Españas, que produjo a lo largo del siglo XIX guerras civiles (guerras carlistas), golpes de Estado, pronunciamientos militares, dictaduras, otro rey extranjero, república fallida, etc. Una buena Constitución, la de Cádiz de 1812, nunca se aplicó,  y vinieron otras. El Estado español era un barco a la deriva.

   Mención merecen los ‘afrancesados’. Fueron los españoles ilustrados, unos 12.000, que por una u otra razón abrazaron la bandera del rey José Bonaparte. Con el pueblo no hubo sombra de vacilación, se mantuvo unido y fiel a la monarquía española. El pueblo estimó que era una  suprema deshonra someterse al capricho de un déspota extranjero, sin honor y sin moral.
  
   En estos dos últimos reinados brilló el genial pintor Francisco de Goya (1746 - 1828), autor de lienzos tan impresionantes como el de ‘Los fusilamientos del 3 de mayo de 1808’. Este lienzo es la más genial aportación de la pintura española a la europea del siglo XIX. Por cierto, Fernando VII fue el fundador del Museo del Prado. En el tiempo de Goya brilló el genio de la música alemana, Ludwig van Beethoven (1770 - 1827), autor de famosas piezas musicales, entre ellas el ‘Himno de la Alegría’. Dándose la curiosa circunstancia de que ambos padecieron una profunda sordera.

   A Fernando VII le sucedió su hija Isabel II (1833 - 1868), que ocupó el trono bajo la regencia de su madre, María Cristina, y después por el general Espartero, hasta 1843. Durante su reinado se sucedieron numerosos gobiernos. Destronada por una revolución huyó a Francia y se hizo cargo del Gobierno Francisco Serrano. Entonces las Cortes eligieron rey al italiano Amadeo de Saboya (1871 - 1873); elección patrocinada por el general Prim, asesinado el día en que llegó don Amadeo. Pasados dos años el rey abdicó por falta de apoyo y se marchó.

   El mismo día en que el rey abdicó (11.02.1873) la Asamblea Nacional proclamó la primera república, que duró once meses y tuvo cuatro presidentes: Estanislao Figueras, Francisco Pi y Margall, Nicolás Salmerón y Emilio Castelar; según dice una cita: ‘En once meses que duró ni un solo día España respiró tranquila’. Cuando la Asamblea Nacional iba a nombrar un sucesor el general Pavía la disolvió y se constituyó el Gobierno del Poder Ejecutivo, siendo jefe del Estado por un año (1874) Francisco Serrano, duque de la Torre. El pronunciamiento en Sagunto del general Martínez Campos puso en el trono al rey Alfonso XII, el Pacificador (1874 - 1885), hijo de la reina Isabel II. Le sucedió su hijo póstumo Alfonso XIII (1886 - 1931), cuya minoría de edad fue regentada por su madre, María Cristina (1885 - 1902).

   La gran unidad moral del imperio español durante los siglos XVI y XVII se quiebra en el siglo XVIII cuando penetraron en América elementos disolventes que acabaron con la gran unidad moral, base de la Hispanidad. El resultado fue tan demoledor que entre los años 1810 y 1825 se independizó de España toda Hispanoamérica, pues Fernando VII fue incapaz de frenar el proceso de emancipación de las colonias americanas Hasta llegar al 10.12.1898, día en que se liquidó el resto de nuestro gran imperio colonial: Cuba, Filipinas, Guam y Puerto Rico y otros pequeños enclaves; un final que produjo en España un profundo abatimiento.

   También merece mención en este tiempo el escritor canario Benito Pérez Galdós, el mejor conocedor del alma del pueblo español, cuya obra: ‘Episodios Nacionales’ narra con maestría los episodios más relevantes del turbulento siglo XIX.
  
LA  ESPAÑA  DEL  SIGLO  XX

   El siglo XX, que en gran parte muchos hemos vivido, nos muestra en su primera mitad una España decadente. La España del reinado de Alfonso XIII (1886 - 1931), con sus continuos cambios de gobierno, la guerra de Marruecos y la dictadura del general Miguel Primo de Rivera (1923 - 1930). El destronamiento de Alfonso XIII dio paso a la instauración de la segunda república (1931 - 1936) con sus dos presidentes: Niceto Alcalá Zamora (1931 - 1936) y Manuel Azaña Díaz (1936). Debido al desorden político y social, el 18 de julio de 1936 se produjo el levantamiento de parte del ejército que dio lugar a los tres años de guerra civil, a la desaparición de la república y a que se instaurara el régimen dictatorial del general Francisco Franco Bahamonde (1936 - 1975), represor de las libertades públicas aunque en su transcurso se resolvieron importantes problemas sociales y económicos.

   El siglo XX, que en gran parte muchos hemos vivido, nos muestra en su primera mitad una España decadente. La España del reinado de Alfonso XIII (1886 - 1931), con sus continuos cambios de gobierno, la guerra de Marruecos y la dictadura del general Miguel Primo de Rivera (1923 - 1930). El destronamiento de Alfonso XIII dio paso a la instauración de la segunda república (1931 - 1936) con sus dos presidentes: Niceto Alcalá Zamora (1931 - 1936) y Manuel Azaña Díaz (1936). Debido al desorden político y social, el 18 de julio de 1936 se produjo el levantamiento de parte del ejército que dio lugar a los tres años de guerra civil, a la desaparición de la república y a que se instaurara el régimen dictatorial del general Francisco Franco Bahamonde (1936 - 1975), represor de las libertades públicas aunque en su transcurso se resolvieron importantes problemas sociales y económicos.

   La muerte del general Franco el 20 de noviembre de 1975 supuso la restauración de la monarquía con el rey Juan Carlos I (1975 - 2014), que promovió con éxito la transición política de un régimen dictatorial a una democracia parlamentaria con una monarquía constitucional, cuya dirección política corrió a cargo del presidente del Gobierno, Adolfo Suárez González, junto con el consenso y la ayuda de la clase política y el respaldo del pueblo español, que aprobó mayoritariamente la Constitución de 1978. Desde entonces España disfruta de estabilidad política y prosperidad económica, ahora con el rey Felipe VI.
  
   Después del somero recorrido efectuado por la historia de España en las tres partes de este artículo, creo que no exagero cuando digo que nuestra historia es larga, bella y apasionante.


                                                      Garrucha, 12 de febrero de 2018

lunes, 29 de enero de 2018

ESPAÑA NO ES UNA NACIÓN DE NACIONES

                                                                                                        Adolfo Pérez López

El secretario general del PSOE, don Pedro Sánchez, ha definido a España como una nación de naciones o estado plurinacional, definición que ha propagado en actos políticos y entrevistas sin razonar la certeza de su afirmación. Al parecer se refiere a Cataluña, Galicia y País Vasco. Tal ocurrencia ha producido perplejidad y rechazo en ambientes académicos y amplios sectores de la clase política, excepto entre nacionalistas recalcitrantes e izquierda populista. Buena parte del partido socialista disiente del secretario general, incluida la presidenta socialista de la Junta de Andalucía, doña Susana Díaz. Al parecer la ocurrencia del señor Sánchez, por el momento, ha sido aparcada.

Después de lo que he aprendido a lo largo del tiempo, y como aficionado al estudio de la historia de España, no puedo estar de acuerdo con que España sea una nación de naciones, razón por la que escribo este artículo con el deseo de que sea útil a los lectores interesados.

De acuerdo con nuestra Constitución y la bibliografía existente se desprende que España es una sola y única nación, sin que se aluda a ninguna otra dentro del territorio hispano. El título preliminar de la vigente Constitución española comienza diciendo: “La Nación española …” Igual sucede con el artículo 2, que dice:“La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas.”

El concepto nacionalidad usado en el artículo 2 es la concesión hecha a territorios con rasgos singulares respecto a otros, como Cataluña, Galicia y País Vasco, en este caso la lengua propia. En realidad el concepto nacionalidad viene a ser algo así como un proyecto nacional que poco a nada dice. Son rasgos que no convierten en naciones a los territorios que los poseen. Algo parecido sucede en otros países, entre ellos algunos de la Unión Europea.

Y nada digamos de la famosa y liberal Constitución de 1812, la Pepa, llamada así porque se aprobó en Cádiz el 19 de marzo, día de san José. En ella se repite varias veces el concepto Nación española comenzando por su título I:“De la Nación española y de los españoles.” Luego, el artículo 10 detalla los nombres de las regiones e islas que integran el territorio español, entre ellos Cataluña, Galicia y Provincias Vascongadas (así las denomina), sin que las diferencie de las demás. Es de sentido común entender que si los constituyentes de 1812 consideraron una sola nación después de citar cada una de las regiones y 166 años después los constituyentes de 1978 afirman lo mismo respecto a la Nación española, habrá que convenir que España es una nación sin otras en su seno. Creo que es un argumento convincente.

No obstante, conviene acudir a la historia para ver cómo han evolucionado los territorios de España a través de los siglos, evolución que nada nos dice de que alguno de ellos alcanzara el rango de nación, pues los reinos cristianos de la Edad Media son ajenos a tal concepto, como enseña la historia. De su estudio se confirma que de los núcleos norteños surgieron los reinos cristianos peninsulares, formados arbitrariamente pues no respondían a fronteras naturales. Tales reinos afianzaron su identidad sin que tuvieran una existencia política diferenciada, más bien eran partes relativamente distinguidas y temporales del solar hispano, aunque nunca perdieron esa conciencia de unidad dentro de la diversidad. Algunos historiadores afirman que los reinos cristianos de la España medieval no acababan de ser reinos en plenitud y sus reyes, que tenían más poder que los ultrapirenáicos, no lo eran con la supremacía, teórica al menos, de los otros reyes europeos, sino que su realeza era un poco participativa del conjunto. Lo cierto es que si eran independientes entre sí, se consideraban pertenecientes al tronco común, con la misma herencia: la visigoda, y con el mismo ideal: expulsar a los musulmanes de lo que para ellos era su tierra: Hispania, o sea, lo que ahora entendemos por nuestra nación.

Veamos ahora en un somero análisis cómo fue la evolución política de estos reinos. El primer reino cristiano de la Edad Media fue el de Asturias, que a su vez fue el primer núcleo de resistencia frente a los musulmanes. Este reino, a partir del año 913, al aumentar su extensión por Galicia y León pasó a ser el reino de León, que a su vez, y por razón de herencia, en 1037 se unió al reino de Castilla, cuya unión definitiva se produjo en 1230. Se trataba del más importante reino de la Edad Media y Moderna. Los territorios del País Vasco casi siempre estuvieron unidos a la corona de Castilla, a la que también se unieron las tierras de Andalucía y Murcia. En cuanto a Navarra, tierra de los vascones, primero fue reino de Pamplona y después de Navarra, anexionado a la corona de Castilla en el año 1512. Del reino de Aragón cabe decir que de principio se trataba de un pequeño condado que se desgajó de Navarra. En el siglo XII se unieron el reino de Aragón y el principado de Cataluña formando ambos la Corona de Aragón, una unión dinástica en la que cada parte mantenía sus tierras, instituciones, leyes y costumbres. Con tantos vaivenes dinásticos y territoriales no es posible mantener que aquellos reinos, uno a uno, fueran naciones.

La monarquía de los Reyes Católicos, limitada en principio a los reinos de Castilla y Aragón, era de una sola voz y una sola voluntad. Ambos reinos se basaban en la unión personal y dinástica, ya que en el orden interno cada uno mantenía su propia estructura, con suma de esfuerzos en la política exterior. Dos reinos y una nación, eso eran castellanos y aragoneses Y así hasta el reinado de Felipe V, el primero en utilizar la denominación: Reino de España, o sea, la nación española.

Respecto a la consideración de que Cataluña sea una nación es muy interesante lo que dice en su "Historia mínima de Cataluña” el profesor de Historia Jordi Canal, nacido en 1964 en Olot (Gerona). En la página 151 afirma que el más destacado efecto de las crisis de finales del siglo XIX es el surgimiento de los nacionalismos, siendo el catalán el que más rápidamente se consolidó, el cual, añade, inició un proceso de construcción nacional propio, que se hizo contra la nación española. También este profesor escribe en la página 153: “Antes del siglo XX no existía ninguna nación llamada Cataluña”. Y afirma que fueron los nacionalistas los que a partir de finales de la década de 1890 se lanzaron al proyecto de construir una nación y de nacionalizar a los catalanes, y para ello, con los materiales disponibles, se afanaron en darle forma a una “inexistente nación catalana”.

El profesor dice que una clara muestra de este proceso consistió en definir los símbolos, recrear sus historias y dotarlos de contenido nacional, en especial la bandera, el himno y el día de la patria. Y al respecto señala dos de los símbolos más emblemáticos: la ‘sardana’ y ‘Els segadors’. De la sardana, considerada ‘danza nacional’ desde 1906, el profesor nos cuenta (página 154) que es un claro ejemplo de tradición inventada, pues mientras los nacionalistas dicen de ella que se trata de una danza de míticos orígenes, la realidad es que a finales del siglo XIX era desconocida por la mayoría y considerada algo exótica, excepto en la provincia de Gerona, donde tenía sus raíces.

Asimismo, describe en su libro la verdad sobre “Els segadors” (página 155), himno presentado como una antigua canción popular, cuando la realidad es que se trata de una reelaboración con añadidos parciales de la última década del siglo XIX. Se cambió la música original por la de una antigua canción erótica y el estribillo original: “Segueu arran, que la palla va cara” (Segad al ras, que la paja está cara), considerado poco patriótico, se cambió por el famoso estribillo: “Bon cop de falç, defensors de la terra” (Buen golpe de hoz, defensores de la tierra). A la vez nos advierte de otras reinvenciones útiles para la construcción nacional. Todo esto lo escribe en su libro un profesor catalán, nacido nada menos que en Gerona, en cuya universidad enseñó historia hasta el año 2001.

En cuanto a Galicia y País Vasco, también con nacionalismos del siglo XIX, ambas regiones con lengua propia, su realidad actual e histórica no acredita su consideración como naciones. Una realidad es ver a los gallegos votando masivamente al nada nacionalista Partido Popular. Sobre el País Vasco cabe recordar que casi siempre estuvo en la órbita de Castilla, basta oír el perfecto castellano que hablan los vascos, siendo minoritario entre ellos el uso del euskera. Respecto a que Andalucía sea considerada una nación poco o nada se puede decir. Son escasas las personas que defienden esa teoría. No obstante, señalar que el estatuto define a Andalucía como una nacionalidad histórica, o sea, una poética definición de nuestra hermosa región.

Como puede apreciarse, el recorrido histórico y las singularidades regionales nos conducen a la realidad de las dos constituciones, la actual y la de 1812, o sea, a la única nación.