miércoles, 10 de octubre de 2018

JOSÉ ANTONIO PRIMO DE RIVERA, UN GRAN DESCONOCIDO

                                                                                                                         Adolfo Pérez López    

Ahora que el Gobierno de la Nación está empeñado en desenterrar los restos del general Franco para llevarlos fuera del Valle de los Caídos, a la vez se tiene la intención de trasladar la tumba de José Antonio Primo de Rivera, situada al lado de la de Franco, a otro lugar no preeminente de la propia basílica, en virtud de ser un caído de la guerra civil.
Respecto a José Antonio Primo de Rivera, el gran desconocido de la política española del siglo XX, creo acertar si digo que son muy pocos los españoles que no han oído hablar de él y que también son muy pocos los que saben algo de su vida y de su ideología. Este artículo no es una loa de la doctrina falangista, solo me interesa la figura política y humana de su fundador, objeto de mi admiración. Razón por la que escribo esta sencilla semblanza con el deseo de que le sirva a algún lector para conformar su opinión sobre tan controvertido personaje.
José Antonio, así es conocido, nació en Madrid el 24 de abril de 1903, primogénito de seis hermanos, sus padres fueron Miguel Primo de Rivera y Casilda Sáenz de Heredia, fallecida en 1908 con 28 años, cuando nuestro personaje solo tenía cinco. Su padre, general del Ejército, instauró la dictadura en el reinado de Alfonso XIII, la cual duró seis años, de septiembre de 1923 a enero de 1930 en que dimitió y se exilió en París donde murió mes y medio después.
El joven José Antonio, brillante licenciado en Derecho ejercía la abogacía en Madrid, en 1930, cuando contaba 27 años, se lanzó a la arena política para reivindicar la memoria de su padre por los ataques recibidos a la caída de la dictadura. Se afilió a la Unión Monárquica Nacional y desde el primer momento, junto con otros jóvenes, se dispuso a conformar sus ideas políticas. En 1933, ya superada la represión que siguió a la sedición del general Sanjurjo, José Antonio entró de. lleno en la vida pública; ese año consiguió el acta de diputado a Cortes por la provincia de Cádiz. La juventud, sobre todo la universitaria, siguió con entusiasmo a aquel joven que les hablaba un idioma nuevo y que les exigía disciplina, valor y sacrificio.
La acción política desempeñada desembocó en el gran mitin de 29 de octubre de 1933 en el teatro de la Comedia de Madrid. El discurso de José Antonio en aquel acto, considerado como fundacional de Falange Española, es una pieza maestra tanto desde el punto de vista literario como doctrinal, que causó una gran impresión. Un discurso en el que José Antonio, buen orador, desmenuzó con claridad y precisión el programa falangista, eminentemente patriótico. Allí dijo que: “La Patria es una unidad total en la que se integran todos los individuos y todas las clases”, que “La Patria no puede estar en manos de la clase más fuerte ni del partido mejor organizado …” Bien es verdad que en el discurso puso en cuestión la existencia de los partidos políticos. Seguidamente se redactaron los 27 puntos de Falange Española, que contienen el programa del partido de forma esquemática. En ellos se refleja su sensibilidad patriótica, religiosa y de justicia social, donde prima el amor a España.
Desde el principio se especuló sobre el nivel de confluencia de la Falange de José Antonio con el fascismo. Ya se sabe, el fascismo es un movimiento político y social fundado en 1919 por Benito Mussolini, que se extendió por parte de Europa entre las dos guerras mundiales. La doctrina fascista se basa en el totalitarismo y un exaltado nacionalismo, base del Estado totalitario gobernado por partido único. Dado que Falange Española no llegó a gobernar el Estado se hace difícil emitir un juicio certero respecto a su grado de fascismo.
A raíz de su fundación los falangistas fueron perseguidos por elementos marxistas, hasta el punto que cuatro de ellos fueron asesinados en los tres meses siguientes. Esto dio lugar a que los falangistas se defendieran con pistolas; o sea, a la violencia se respondió con la violencia.
De 1933 a 1936 la labor de difusión de la Falange se hizo de forma intensa y directa por pueblos y ciudades para lo que los falangistas se vestían con camisa azul mahón, de corte militar, con el emblema del yugo y las flechas adosado en el bolsillo izquierdo. José Antonio visitó diversas provincias propagando la doctrina falangista. En Salamanca se encontró con el ilustre filósofo Miguel de Unamuno que asistió al mitin del fundador.
En las elecciones generales de 16 de febrero de 1936, ganadas por el Frente Popular (coalición de izquierdas) contra el que se empleó José Antonio con dureza. En tales elecciones ninguna candidatura falangista fue elegida, incluida la suya que presentó por Cuenca.
El 14 de marzo siguiente el Gobierno de izquierdas declaró ilegal la Falange (orden revocada después por los tribunales), se clausuraron todas sus sedes y fue detenido José Antonio, al parecer por tenencia ilícita de armas de fuego (dos pistolas). En aquellos meses el ambiente era irrespirable y la vida de las personas carecía de valor.
En junio de 1936 lo confinaron en la cárcel de Alicante para mayor seguridad, un mes antes de la sublevación del 18 de julio. Durante ese tiempo hubo intentos de canjearlo por otros presos en manos de los ‘nacionales’, incluso de rescatarlo, pero todo fue en vano. En noviembre de 1936 fue sometido a la farsa de un proceso inicuo acusado de organizar la rebelión militar, cosa imposible que sucediera pues llevaba preso cuatro meses antes de la rebelión. En el juicio se defendió él mismo con suma brillantez. Su gallardía despertó viva simpatía en un público asistente predispuesto en su contra. Pero no hubo nada que hacer, la sentencia fue la pena capital, ya acordada de antemano. El Gobierno, presidido por el socialista Francisco Largo Caballero, se negó a conmutarle la pena que le habían solicitado, la cual se cumplió en el patio de la cárcel de Alicante el 20 de noviembre a las siete menos veinte de la mañana en que se oyó la descarga de fusilería que ponía fin a su vida, tenía 33 años.
El historiador José María Zavala recoge en su libro: “La pasión de José Antonio” el testimonio del ciudadano uruguayo Joaquín Martínez Arboleya, que hospedado entonces en Alicante presenció la ejecución invitado por un amigo, a la que hubo de acudir, dice, para disimular.
Relata Martínez Arboleya cuenta en su autobiografía cómo se desarrolló la ejecución. Dice que el fusilamiento lo realizó un piquete de ocho milicianos anarquistas. José Antonio llevaba un mono azul raído y alpargatas, con las manos a la espalda sujetas con grilletes. Rechazó con firmeza la venda en los ojos y cuando se dio la orden de disparar gritó con fuerza “¡Arriba España!”. Sin embargo, según relata Martínez Arboleya, ahí no concluyó su sufrimiento:
“José Antonio recibió la descarga en las piernas. No le tiraron al corazón ni a la cabeza; lo querían primero en el suelo, revolcándose de dolor. No lo lograron. El héroe cayó en silencio, con los ojos serenamente abiertos. Desde su asombrado dolor, miraba a todos sin lanzar un quejido, pero cuando el miliciano que mandaba el pelotón avanzó lentamente, pistola (a) martillada en mano y encañonándolo en la sien izquierda, le ordenó que gritase “¡Viva la República, pero recibió por respuesta otro “¡Arriba España!”. Volvió entonces a rugir la chusma, azuzando a la muerte. Rodeó el miliciano el cuerpo del caído y apoyando el cañón de la pistola en la nuca de su indefensa víctima, disparó el tiro de gracia.”
Así murió aquel gentilhombre, III marqués de Estella, con grandeza de España, soltero y buen católico. Según los historiadores estaba dotado de una gran gallardía personal y claro talento. Ferviente admirador de su padre. Como el general amaba con pasión a España, una España que no le gustaba porque la quería mejor, y a su servicio se entregó con una entrega total, hasta sacrificar su propia vida. Su testamento es un documento excepcional por los valores patrióticos, religiosos y humanos que contiene.

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Anexo. Meses después de haber escrito mi artículo sobre José Antonio Primo de Rivera leo otro del historiador José María Zavala en el que dice que ha tenido acceso a un escrito del veterano funcionario de prisiones Mariano Arroyo en el que cuenta que en la madrugada del 20 de noviembre de 1936 se despertó con gran sobresalto por el estruendo que acababa de despertarlo. Por su fino oído supo distinguir los disparos de un fusil Mauser del de las bombas lanzadas por los aviones enemigos. “Marché al patio de la enfermería, dice el oficial de prisiones, y vi en él, al fondo, dos grandes charcos de sangre”. Sigue diciendo que fue a la cocina y se entrevistó con el ranchero Francisco Segura, falangista de Orihuela, al que mandó que llevara una espuerta de tierra al patio de la enfermería mientras él se iba al rastrillo a coger un legón. Una vez en el patio hicieron un montón de tierra y la mezclaron con la sangre. Y añade que, mezclada con la sangre de José Antonio, había una bala que se la guardó en el bolsillo. Cuando finalizó la guerra entregó la bala al delegado de Investigación e Información de Falange. José María Zavala especula en su artículo sobre si esa bala fue una de las que salieron del cargador de la pistola de Guillermo Toscano Rodríguez, el miliciano que le dio el tiro de gracia a José Antonio.

Dice José María Zavala en su artículo que contaba Miguel Primo de Rivera, hermano de José Antonio, que en la madrugada del 20 de noviembre, ya en la antesala de la muerte, a las seis de la mañana le concedieron cinco minutos para despedirse de su hermano. Cuando entró a las seis y veinticinco se lo encontró tirado en el suelo pues no había ni una colchoneta; con un frío de muerte. Les rodeaba un grupo de milicianos armados con pistolas. Entonces José Antonio le dijo en inglés para que no lo entendieran: “Help me to die bravely” (“Ayúdame a morir como un valiente”).