Adolfo Pérez López
Ahora que el Gobierno de la Nación está empeñado en desenterrar los restos del general Franco para llevarlos fuera del Valle de los Caídos, a la vez se tiene la intención de trasladar la tumba de José Antonio Primo de Rivera, situada al lado de la de Franco, a otro lugar no preeminente de la propia basílica, en virtud de ser un caído de la guerra civil.
Respecto a José Antonio Primo de Rivera, el gran
desconocido de la política española del siglo XX, creo acertar si digo que son
muy pocos los españoles que no han oído hablar de él y que también son muy
pocos los que saben algo de su vida y de su ideología. Este artículo no es una
loa de la doctrina falangista, solo me interesa la figura política y humana de
su fundador, objeto de mi admiración. Razón por la que escribo esta sencilla
semblanza con el deseo de que le sirva a algún lector para conformar su opinión
sobre tan controvertido personaje.
José Antonio, así es conocido, nació en Madrid el 24
de abril de 1903, primogénito de seis hermanos, sus padres fueron Miguel Primo
de Rivera y Casilda Sáenz de Heredia, fallecida en 1908 con 28 años, cuando
nuestro personaje solo tenía cinco. Su padre, general del Ejército, instauró la
dictadura en el reinado de Alfonso XIII, la cual duró seis años, de septiembre
de 1923 a enero de 1930 en que dimitió y se exilió en París donde murió mes y
medio después.
El joven José Antonio, brillante licenciado en Derecho
ejercía la abogacía en Madrid, en 1930, cuando contaba 27 años, se lanzó a la
arena política para reivindicar la memoria de su padre por los ataques
recibidos a la caída de la dictadura. Se afilió a la Unión Monárquica Nacional
y desde el primer momento, junto con otros jóvenes, se dispuso a conformar sus
ideas políticas. En 1933, ya superada la represión que siguió a la sedición del
general Sanjurjo, José Antonio entró de. lleno en la vida pública; ese año
consiguió el acta de diputado a Cortes por la provincia de Cádiz. La juventud,
sobre todo la universitaria, siguió con entusiasmo a aquel joven que les
hablaba un idioma nuevo y que les exigía disciplina, valor y sacrificio.
La acción política desempeñada desembocó en el gran
mitin de 29 de octubre de 1933 en el teatro de la Comedia de Madrid. El
discurso de José Antonio en aquel acto, considerado como fundacional de Falange
Española, es una pieza maestra tanto desde el punto de vista literario como doctrinal,
que causó una gran impresión. Un discurso en el que José Antonio, buen orador, desmenuzó
con claridad y precisión el programa falangista, eminentemente patriótico. Allí
dijo que: “La Patria es una unidad total en la que se integran todos los individuos
y todas las clases”, que “La Patria no puede estar en manos de la clase más
fuerte ni del partido mejor organizado …” Bien es verdad que en el discurso
puso en cuestión la existencia de los partidos políticos. Seguidamente se
redactaron los 27 puntos de Falange Española, que contienen el programa del
partido de forma esquemática. En ellos se refleja su sensibilidad patriótica,
religiosa y de justicia social, donde prima el amor a España.
Desde el principio se especuló sobre el nivel de
confluencia de la Falange de José Antonio con el fascismo. Ya se sabe, el
fascismo es un movimiento político y social fundado en 1919 por Benito
Mussolini, que se extendió por parte de Europa entre las dos guerras mundiales.
La doctrina fascista se basa en el totalitarismo y un exaltado nacionalismo,
base del Estado totalitario gobernado por partido único. Dado que Falange
Española no llegó a gobernar el Estado se hace difícil emitir un juicio certero
respecto a su grado de fascismo.
A raíz de su fundación los falangistas fueron
perseguidos por elementos marxistas, hasta el punto que cuatro de ellos fueron
asesinados en los tres meses siguientes. Esto dio lugar a que los falangistas
se defendieran con pistolas; o sea, a la violencia se respondió con la
violencia.
De 1933 a 1936 la labor de difusión de la Falange se
hizo de forma intensa y directa por pueblos y ciudades para lo que los
falangistas se vestían con camisa azul mahón, de corte militar, con el emblema
del yugo y las flechas adosado en el bolsillo izquierdo. José Antonio visitó
diversas provincias propagando la doctrina falangista. En Salamanca se encontró
con el ilustre filósofo Miguel de Unamuno que asistió al mitin del fundador.
En las elecciones generales de 16 de febrero de 1936,
ganadas por el Frente Popular (coalición de izquierdas) contra el que se empleó
José Antonio con dureza. En tales elecciones ninguna candidatura falangista fue
elegida, incluida la suya que presentó por Cuenca.
El 14 de marzo siguiente el Gobierno de izquierdas
declaró ilegal la Falange (orden revocada después por los tribunales), se
clausuraron todas sus sedes y fue detenido José Antonio, al parecer por
tenencia ilícita de armas de fuego (dos pistolas). En aquellos meses el
ambiente era irrespirable y la vida de las personas carecía de valor.
En junio de 1936 lo confinaron en la cárcel de
Alicante para mayor seguridad, un mes antes de la sublevación del 18 de julio.
Durante ese tiempo hubo intentos de canjearlo por otros presos en manos de los
‘nacionales’, incluso de rescatarlo, pero todo fue en vano. En noviembre de
1936 fue sometido a la farsa de un proceso inicuo acusado de organizar la
rebelión militar, cosa imposible que sucediera pues llevaba preso cuatro meses
antes de la rebelión. En el juicio se defendió él mismo con suma brillantez. Su
gallardía despertó viva simpatía en un público asistente predispuesto en su
contra. Pero no hubo nada que hacer, la sentencia fue la pena capital, ya acordada
de antemano. El Gobierno, presidido por el socialista Francisco Largo
Caballero, se negó a conmutarle la pena que le habían solicitado, la cual se
cumplió en el patio de la cárcel de Alicante el 20 de noviembre a las siete
menos veinte de la mañana en que se oyó la descarga de fusilería que ponía fin
a su vida, tenía 33 años.
El historiador José María Zavala recoge en su libro:
“La pasión de José Antonio” el testimonio del ciudadano uruguayo Joaquín
Martínez Arboleya, que hospedado entonces en Alicante presenció la ejecución
invitado por un amigo, a la que hubo de acudir, dice, para disimular.
Relata Martínez Arboleya cuenta en su autobiografía
cómo se desarrolló la ejecución. Dice que el fusilamiento lo realizó un piquete
de ocho milicianos anarquistas. José Antonio llevaba un mono azul raído y
alpargatas, con las manos a la espalda sujetas con grilletes. Rechazó con
firmeza la venda en los ojos y cuando se dio la orden de disparar gritó con
fuerza “¡Arriba España!”. Sin embargo, según relata Martínez Arboleya, ahí no
concluyó su sufrimiento:
“José
Antonio recibió la descarga en las piernas. No le tiraron al corazón ni a la
cabeza; lo querían primero en el suelo, revolcándose de dolor. No lo lograron.
El héroe cayó en silencio, con los ojos serenamente abiertos. Desde su
asombrado dolor, miraba a todos sin lanzar un quejido, pero cuando el miliciano
que mandaba el pelotón avanzó lentamente, pistola (a) martillada en mano y
encañonándolo en la sien izquierda, le ordenó que gritase “¡Viva la República,
pero recibió por respuesta otro “¡Arriba España!”. Volvió entonces a rugir la
chusma, azuzando a la muerte. Rodeó el miliciano el cuerpo del caído y apoyando
el cañón de la pistola en la nuca de su indefensa víctima, disparó el tiro de
gracia.”
Así murió aquel gentilhombre, III marqués de Estella,
con grandeza de España, soltero y buen católico. Según los historiadores estaba
dotado de una gran gallardía personal y claro talento. Ferviente admirador de
su padre. Como el general amaba con pasión a España, una España que no le
gustaba porque la quería mejor, y a su servicio se entregó con una entrega
total, hasta sacrificar su propia vida. Su testamento es un documento
excepcional por los valores patrióticos, religiosos y humanos que contiene.
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Anexo. Meses después de haber escrito mi artículo sobre José Antonio Primo de Rivera leo otro del historiador José María Zavala en el que dice que ha tenido acceso a un escrito del veterano funcionario de prisiones Mariano Arroyo en el que cuenta que en la madrugada del 20 de noviembre de 1936 se despertó con gran sobresalto por el estruendo que acababa de despertarlo. Por su fino oído supo distinguir los disparos de un fusil Mauser del de las bombas lanzadas por los aviones enemigos. “Marché al patio de la enfermería, dice el oficial de prisiones, y vi en él, al fondo, dos grandes charcos de sangre”. Sigue diciendo que fue a la cocina y se entrevistó con el ranchero Francisco Segura, falangista de Orihuela, al que mandó que llevara una espuerta de tierra al patio de la enfermería mientras él se iba al rastrillo a coger un legón. Una vez en el patio hicieron un montón de tierra y la mezclaron con la sangre. Y añade que, mezclada con la sangre de José Antonio, había una bala que se la guardó en el bolsillo. Cuando finalizó la guerra entregó la bala al delegado de Investigación e Información de Falange. José María Zavala especula en su artículo sobre si esa bala fue una de las que salieron del cargador de la pistola de Guillermo Toscano Rodríguez, el miliciano que le dio el tiro de gracia a José Antonio.
Dice José María Zavala en su artículo que contaba Miguel Primo de Rivera, hermano de José Antonio, que en la madrugada del 20 de noviembre, ya en la antesala de la muerte, a las seis de la mañana le concedieron cinco minutos para despedirse de su hermano. Cuando entró a las seis y veinticinco se lo encontró tirado en el suelo pues no había ni una colchoneta; con un frío de muerte. Les rodeaba un grupo de milicianos armados con pistolas. Entonces José Antonio le dijo en inglés para que no lo entendieran: “Help me to die bravely” (“Ayúdame a morir como un valiente”).
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Anexo. Meses después de haber escrito mi artículo sobre José Antonio Primo de Rivera leo otro del historiador José María Zavala en el que dice que ha tenido acceso a un escrito del veterano funcionario de prisiones Mariano Arroyo en el que cuenta que en la madrugada del 20 de noviembre de 1936 se despertó con gran sobresalto por el estruendo que acababa de despertarlo. Por su fino oído supo distinguir los disparos de un fusil Mauser del de las bombas lanzadas por los aviones enemigos. “Marché al patio de la enfermería, dice el oficial de prisiones, y vi en él, al fondo, dos grandes charcos de sangre”. Sigue diciendo que fue a la cocina y se entrevistó con el ranchero Francisco Segura, falangista de Orihuela, al que mandó que llevara una espuerta de tierra al patio de la enfermería mientras él se iba al rastrillo a coger un legón. Una vez en el patio hicieron un montón de tierra y la mezclaron con la sangre. Y añade que, mezclada con la sangre de José Antonio, había una bala que se la guardó en el bolsillo. Cuando finalizó la guerra entregó la bala al delegado de Investigación e Información de Falange. José María Zavala especula en su artículo sobre si esa bala fue una de las que salieron del cargador de la pistola de Guillermo Toscano Rodríguez, el miliciano que le dio el tiro de gracia a José Antonio.
Dice José María Zavala en su artículo que contaba Miguel Primo de Rivera, hermano de José Antonio, que en la madrugada del 20 de noviembre, ya en la antesala de la muerte, a las seis de la mañana le concedieron cinco minutos para despedirse de su hermano. Cuando entró a las seis y veinticinco se lo encontró tirado en el suelo pues no había ni una colchoneta; con un frío de muerte. Les rodeaba un grupo de milicianos armados con pistolas. Entonces José Antonio le dijo en inglés para que no lo entendieran: “Help me to die bravely” (“Ayúdame a morir como un valiente”).